7ª etapa: Arca do Pino-Santiago. 19,5 kms. 29 de mayo.
"Sandwich mixto y Cola cao. Cae chirimiri. Hago todo el Camino junto a María, que me da las fuerzas que me faltan con sus ánimos constantes. Anestesiado por el cansancio, llego al Monte do Gozo. Pero entonces siento unas sensaciones desagradables: ansia, ganas de vomitar, frío en el cuerpo, la frente caliente. Me tomo una tónica mientras compro un recuerdo del Camino hecho de alambre por un granadino-catalán.
La bajada parece interminable hasta La Catedral de Santiago. Por allí aparece Beatriz, una chicharrera a la que conocí mientras sumergía mis pies en agua helada junto al puente de Ribadiso de Baixo. Por el camino, una piedra enorme con un mensaje: ‘Los derechos humanos están desnudos’ y una ranura para depositar cartas sobre este asunto. Ya se ve una torre de La Catedral y eso hace que saques fuerzas de flaqueza.
El primer cartel de Santiago. Y la entrada por la Plaza del Obradoiro. Fotos inevitables. Unos chicos lloran por haber llegado. Emoción contenida. Voy a la Puerta Santa. Pero me siento tan mal que, de cabeza, al hostal. A dormir durante tres horas, no sin antes despedirme de María.
Me repongo algo. Ceno con mis inseparables amigas almerienses. Sopa de marisco y nada más. Coincido con las palentinas en otro bar: tostada con queso y jamón ibérico. Y a dormir. Ya al día siguiente, me levanto a las 6. A las 7 ya he desayunado, a las 7.45 ya he visitado La Catedral y cinco minutos después soy el primero en la puerta de la oficina del peregrino para pedir la Compostela. Mi cámara digital se ha quedado sin batería.
Antonio, de Astillero (Cantabria) me hace una foto con la suya, que luego me manda por correo electrónico. Paseo por las calles. Me tomo una cerveza en Casa das Crechas. Pienso que me iré sin ver el botafumeiro. De repente, un señor trajeado habla sobre las colas que se forman para ver la Misa del Peregrino. “Yo también las evito, y por eso nunca he visto el botafumeiro”, le comento. “¿Nunca has visto el botafumeiro? ¿Has acabado la cerveza? Sígueme", me indica. Ni termino la cerveza. Como un resorte, y después de haber dejado la mochila en el bar, sigo sus pasos. Este señor, que es uno de los siete tiravoleiros -los que tiran de las cuerdas del botafumeiro- me mete en La Catedral sin tener que esperar colas, me enseña el claustro y, por medio de otros dos tiravoleiros, me sitúa en el altar, entre los curas que dan la misa y el coro. Una experiencia alucinante. El botafumeiro me pasa a escasos centímetros.
Almuerzo, como no podía ser de otro modo, con Mari Carmen, Presen, Mar, María del Mar y Marisa. Y rumbo al avión -vuelo directo, menos mal- que me trae hasta Málaga. Allí también va la sampedreña Alicia. Fin a mi primer Camino de Santiago. Repetiré. Con menos peso. Incluso sin reloj. Porque al final te das cuenta que se puede vivir con menos de lo que tienes, que la felicidad está en los pequeños detalles y que la vida está repleta de ellos a tu alrededor.
Mereció la pena esta aventura. Voy a por otra."
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