"Cueva de 40 metros cuadrados, ideal para parejas, de difícil acceso para desconocidos, muy iluminada, con balcón natural al Mediterráneo, en paraje natural con atardeceres de infarto, climatizador ecológico, energía limpia para meditar, manantial de agua dulce cerca, sin gastos de comunidad, gas, agua ni electricidad. No tiene precio". Éste podría ser el anuncio de la cueva de la foto en la sección de Pisos de un periódico si se alquilara.
Pero no se alquila. Ni se vende. Ni tampoco es propiedad de nadie. Es una hendidura de las muchas que hay en la ladera escaparpada de Atlantis, en la punta de Sa Pedrera en Ibiza, donde sólo es posible llegar si se sabe que existe o te lleva alguno de los privilegiados del 'vecindario' que deciden pasar aquí el verano. Como en mi caso, que encontré esta cueva en el 2008 de la mano de una amiga que vivió en el lugar cuatro meses y conoce bien la zona.
Entre los habitantes de esas cuevas hay de todo, pero se parece bastante a lo que se ve en la película
Caótica Ana, del genial Julio Medem -muy recomendable-. También sé de alguien, un 'hippy' de los 70 que vive entre India y la Isla, que ha vivido en el 'barrio' más de 7 años. Quien ha llegado a sentirse piedra y aire, a hacer un ayuno de 40 días y a alimentarse hasta de ortigas, según cuenta. Y aunque viajaba por el mundo, siempre volvía a su cueva, que "era la envidia de muchos amigos ricos que llegaron a verla".
Partida de tetris con la Naturaleza Como en una partida de tetris, los inquilinos de las cuevas aprovechan los recovecos de la roca para encajar todo tipo de cosas y crear espacios que no existen más que en su imaginación, pero que cumplen sus funciones domóticas sin envidiar nada a la mejor mansión de Marbella. Al contrario.
No hacen falta tabiques, barbacoas de cemento ni pantallas planas. Todo es natural, ecológico y respetuoso con el medio ambiente. El váter es el monte -más amplio, imposible- y la ducha de agua dulce está instalada en el árbol de la entrada, al estilo japonés de la ducha cubo de un SPA cualquiera. Esto es, un cubo cogido de metal cogido por una cuerda en cuya base el inquilino ha colocado una flor para que caiga el agua como en un baño, digamos, 'de verdad'.
La temperatura del lugar es ideal: unos 27 grados durante el día cuando en el exterior se alcanzan los 42. Y la energía, única. Ideal para sintonizar con el ser interior y meditar. Y ésta es algo así como lo que en el mercado capitalista se conoce como 'full equip': hamaca de jardín, telas indias, mosquitero, despensa, fregaplatos, vestidor, tendedero, hornillo, salita de estar, zona de meditación, antorchas de citronella, velas, incienso... y hasta una esfinge del tamaño de un perro que protege la puerta. Presupuesto total de la decoración: adivino no más de 30 euros.
Mención aparte merecen las vistas. La cueva está abierta al Mediterráneo desde más de 400 metros de altura, semioculta tras unos matorrales. Pero lo mejor de todo es la experiencia: una lección de desapego para abrir la mente que literalmente no tiene precio.